sábado, 12 de junio de 2010
miércoles, 20 de mayo de 2009
Pi Pr P...

Sin embargo, volvamos a lo nuestro. Preguntémonos, por hacer alusión a esta frase cercana: ¿qué es lo nuestro? “Lo nuestro es lo que cosechamos”, contestará el compañero, y asentirá la compañera. “Lo nuestro son tus manos”, contestará la compañera, y el compañero, embobado por sus muslos al descubierto y sus tetas bien moldeadas, mueve la cabeza hacia arriba, mueve la cabeza hacia abajo, y se golpea el cerebro contra las paredes del cráneo, y se pregunta: ¿qué es lo nuestro… qué es lo nuestro… qué es lo nuestro…?
Preguntas filosóficas que no atendimos cuando llamaban al teléfono. Con un soplo se vuelan nuestras vidas, se cristalizan con el frío de la muerte. El humano se debate entre suspiros si su existencia es merecedora de consuelo, y no se da cuenta de que antes de suspirar, se necesita respirar. Y entonces se rebela. ¡Baila, grita, canta, salta…! Mueve su cuerpo estático y entiende las articulaciones con que ha sido bellamente construido. Se lamenta de no haberlo hecho en un principio, desde la edad que no tenía edad, desde el tiempo donde no había tiempo, desde el espacio en que no había espacio. Lloraba cronológicamente, en una secuencia determinada: a los cuatro segundos y medio la expresión facilitaba que sus lágrimas irrumpieran en su plenitud; dos segundos después, la vertiente se concentraba en sí misma, y encontraba en ese “metallanto”, o en esa “metatristeza”, la condición que favorecía y justificaba tan reprochable situación… luego, los períodos de amargura podían derrocharse cruelmente en un intervalo tan relativo como la propia teoría de que todo esto sea verdad, y no invención de unas manos intrépidas que se cortaron del cuerpo que las sostenía, y rechazaron su esclavitud para emanciparse y liberar a las manos hermanas de la carne que las sujetaba a tan miserable condena. En tanto, tus hermanos y tus amigos sólo te ven llorar, y pasan el “ya… no es para tanto”, y los “bueno… tranquilo, va a pasar…” por tu lomo con la mano hábil, sobándote una joroba de tierna estupidez por la espalda. Hermano, hermana, nos acostamos a morder la tierra, Jorobados de nuestras vidas, Jorobados como quien sostiene la galaxia en sus espaldas, sostenidos por la tierra, esa que no nos deja ser sostenidos por el cielo, para morir en guerra, y no en paz, mierda, no en paz.
(¡Jorobados del mundo, uníos!)
Después de todo, no parece ser tan difícil. Lo complejo deja de serlo cuando quieras. Subirse a la micro, pagarle al chofer, pedir permiso y buscar un asiento. Hasta ahora y desde siempre. Resentimiento, negación, perdón, rabia, olvido, sabor, voces y rumores, golpes y disculpas, balas y balazos, pies y patadas, zapatos y zapatazos, jarros y jarrazos… sangre y vida y muerte. Todo funcionando en una sinergia. Sinergia. Más de ochocientas palabras buscando la recién nombrada. Sinergia. Que no es lo mismo que consenso, que no es lo mismo que simbiosis. Casi, pero no lo mismo. Nunca será lo mismo. La célula nunca será igual al humano que se sostiene en ella. Por mayor relación recíproca que se hayan entregado entre sí, por más destino que exista, por más condiciones que cargamos en la mochila, y que no sabemos traducir.
El conflicto. El problema. La respuesta. La solución. ¿Y la sinergia? Ofuscándose como un eslabón perdido. Apenas entreabriendo la boca, pronunciando con mariposas un mundo que quiere ser narrado, que no espera más, no soporta tanta presión, ni física ni mentalmente, y estalla:
- 3,141592653... – deduce frívolamente. -. 3,1415926535897932384...