sábado, 12 de junio de 2010

Me pregunto si no soy sólo yo, y a la vez, si algo importa que esté solo en esto, en esto que ni siquiera se qué es exactamente, pregunta a la que no puedo contestar sin saber si no soy sólo yo, y a la vez, si algo importa que esté solo en esto, en esto que ni siquiera se qué es exactamente, pregunta a la que no puedo contestar sin saber si no soy solo yo, y a la vez, si algo importa que esté solo en esto…

miércoles, 20 de mayo de 2009

Pi Pr P...

¿Nos matan o nos matamos? Es terrible empezar un texto con una pregunta, porque las preguntas nunca terminan de responderse, y las respuestas nunca terminan de satisfacer. Pero es difícil, y entiendo que es difícil, y entiendes que es difícil, que cuando miramos el reloj ya pasó un segundo y al otro segundo terminó el anterior para dar inicio al próximo, y al siguiente, y más adelante hasta quién sabe cuando… el infinito, de eso nos quieren hablar y de eso me convenzo, sin realmente asumirlo. ¿Realmente William Jones y Leonard Euler concibieron la magnitud del número “Pi”? ¿Realmente? ¿Realmente entendemos, comprendemos, reaccionamos, sabemos, conocemos, buscamos, desciframos, alcanzamos, terminamos, o empezamos? (Las preguntas, como ven, se van formando solas en un típico proceso de descontrol del humano sobre su mente, un ejemplo más del eterno proceso de esclavitud-emancipación-esclavitud humana hacia sus capacidades biológicas). Crear, destruir. Empezar, terminar. Cambiar. Reflexionar la verdad. Algunos le llamaron metafísica, otros ideología. Otros, Pi. Al final qué importa. Al final qué mierda. Al final voy afilando las agujas de mi faquir. Me recuesto, no pienso en la verdad. Para descubrirla no necesito pensar en ella, sino en lo que conlleva a ella. Reflexionar la reflexión misma, encender la llama primitiva, pronunciar un doloroso “pr”, masticarlo entre los labios, babear el rostro contrincante en una tragedia sísmica al interior de los músculos de la boca. Enderezarse para ir flexionando la columna lentamente, lentamente, hueso por hueso y vértebra por vértebra, el coxis bien situado, la ascendente columna que se tuerce como un sauce, y se cobija en un regocijante abrazo de las sobras lipídicas de tu estomago, fenómeno interpretado por las cucarachas a través del vocablo “rollo”, o “royo”, si cabe dar la posibilidad a un lenguaje más amplio y menos mesurado; dejemos de un lado la cautela, el lenguaje no lo hacemos ni se hace… se va haciendo en la medida que no queramos hacerlo, a medida que no pensemos en él.

Sin embargo, volvamos a lo nuestro. Preguntémonos, por hacer alusión a esta frase cercana: ¿qué es lo nuestro? “Lo nuestro es lo que cosechamos”, contestará el compañero, y asentirá la compañera. “Lo nuestro son tus manos”, contestará la compañera, y el compañero, embobado por sus muslos al descubierto y sus tetas bien moldeadas, mueve la cabeza hacia arriba, mueve la cabeza hacia abajo, y se golpea el cerebro contra las paredes del cráneo, y se pregunta: ¿qué es lo nuestro… qué es lo nuestro… qué es lo nuestro…?

Preguntas filosóficas que no atendimos cuando llamaban al teléfono. Con un soplo se vuelan nuestras vidas, se cristalizan con el frío de la muerte. El humano se debate entre suspiros si su existencia es merecedora de consuelo, y no se da cuenta de que antes de suspirar, se necesita respirar. Y entonces se rebela. ¡Baila, grita, canta, salta…! Mueve su cuerpo estático y entiende las articulaciones con que ha sido bellamente construido. Se lamenta de no haberlo hecho en un principio, desde la edad que no tenía edad, desde el tiempo donde no había tiempo, desde el espacio en que no había espacio. Lloraba cronológicamente, en una secuencia determinada: a los cuatro segundos y medio la expresión facilitaba que sus lágrimas irrumpieran en su plenitud; dos segundos después, la vertiente se concentraba en sí misma, y encontraba en ese “metallanto”, o en esa “metatristeza”, la condición que favorecía y justificaba tan reprochable situación… luego, los períodos de amargura podían derrocharse cruelmente en un intervalo tan relativo como la propia teoría de que todo esto sea verdad, y no invención de unas manos intrépidas que se cortaron del cuerpo que las sostenía, y rechazaron su esclavitud para emanciparse y liberar a las manos hermanas de la carne que las sujetaba a tan miserable condena. En tanto, tus hermanos y tus amigos sólo te ven llorar, y pasan el “ya… no es para tanto”, y los “bueno… tranquilo, va a pasar…” por tu lomo con la mano hábil, sobándote una joroba de tierna estupidez por la espalda. Hermano, hermana, nos acostamos a morder la tierra, Jorobados de nuestras vidas, Jorobados como quien sostiene la galaxia en sus espaldas, sostenidos por la tierra, esa que no nos deja ser sostenidos por el cielo, para morir en guerra, y no en paz, mierda, no en paz.

(¡Jorobados del mundo, uníos!)

Después de todo, no parece ser tan difícil. Lo complejo deja de serlo cuando quieras. Subirse a la micro, pagarle al chofer, pedir permiso y buscar un asiento. Hasta ahora y desde siempre. Resentimiento, negación, perdón, rabia, olvido, sabor, voces y rumores, golpes y disculpas, balas y balazos, pies y patadas, zapatos y zapatazos, jarros y jarrazos… sangre y vida y muerte. Todo funcionando en una sinergia. Sinergia. Más de ochocientas palabras buscando la recién nombrada. Sinergia. Que no es lo mismo que consenso, que no es lo mismo que simbiosis. Casi, pero no lo mismo. Nunca será lo mismo. La célula nunca será igual al humano que se sostiene en ella. Por mayor relación recíproca que se hayan entregado entre sí, por más destino que exista, por más condiciones que cargamos en la mochila, y que no sabemos traducir.
El conflicto. El problema. La respuesta. La solución. ¿Y la sinergia? Ofuscándose como un eslabón perdido. Apenas entreabriendo la boca, pronunciando con mariposas un mundo que quiere ser narrado, que no espera más, no soporta tanta presión, ni física ni mentalmente, y estalla:

- 3,141592653... – deduce frívolamente. -. 3,1415926535897932384...